Para pensar no hace falta un cuerpo, para estar distraído tampoco. Pero para desear, extrañar o sentirse satisfecho sí. No es necesario el cuerpo para organizarse y menos para estar equivocado. Pero para sorprenderse, amargarse o deleitarse, sin duda que sí. Hay un paso de una situación a otra y es cuando algo se hace carne. Si andamos distraídos y algo nos sorprende, nos mortifica o nos sacude es porque la carne interviene. Tenemos un cuerpo, de ninguna manera lo somos. La prueba contundente es que por lo general el cuerpo decide lo que quiere. Por eso nos da tanto trabajo educarlo.